Cuento corto 14 — Película de horror

Jesse Avilés
3 min readApr 20, 2024

Bañada y comida recibo la tarde de un día inconsecuente. Me siento en el sillón, algo viejo, cómodo, de esos donde puedes barrer por debajo. Me acomodo en la esquina que me gusta, que me conoce, y subo las piernas. Al igual que incontables momentos como este tomo el control remoto del televisor. La enciendo y navego por decenas de canales hasta que me resigno por una película de horror que me da risa. Una de esas películas donde algún idiota no comprende el poder que tiene en las manos y libera una maldad que pocos pueden contener. Donde demonios y diablos compiten en una grotesca competencia de comelones, no de perros calientes, de gente indefensa con pobre sentido de dirección y supervivencia.

Y así pasa la película entre risa y suspiro. De momento escucho un rugido del más allá que no sale de las bocinas del televisor. El corazón, luego de que se preparó para el letargo vespertino, brinca y se desboca en carrera como rajiero que se salva de la ratonera. Miro a la ventana y veo que el sol está fuerte y eso me reconforta. Los monstruos no atacan de día, creo.

En eso pasan los anuncios y no vuelvo a escuchar el ruido. Empieza la película y se repite el ruido.

Es un gruñido ronco y profundo que venía debajo de mí. En el desconocimiento de su procedencia mi mente juega con todas las marañas creadas, vistas, escuchadas e imaginadas. Si viene de abajo es que se abrió un portal al Averno y lo que escucho son almas quejumbrosas queriendo pasar más allá de lo que le permite la bestia que hace tan espeluznantes sonidos.

Mientras, en el televisor, los demonios y diablos dejaron de interactuar en su libreto conocido para tomar conciencia de una espectadora nueva. Alguien a quien pueden mirar y oler. Miran primero ligeramente confundidos para luego cambiar su rumbo hacia mí. Los veo acercándose al borde de la pantalla, mis ojos y los de ellos anclados mutuamente. No puedo dar hacia atrás porque el sillón no me lo permite. No puedo poner los pies en el suelo pues puedo caer en profundidades inescapables. ¿Gritar? ¿Y dejarles saber que me controlan?

Mientras, allá en el televisor, ya llegaron a la barrera entre ambos mundos. Sus manos deformes con garras tocan un muro invisible. Escucho sus golpes, las luces se atenúan y el palpitar de mi corazón me hace vibrar entera. Los veo levantar sus garras y golpear esa barrera que me protege. Escucho un ruido seco a la vez que se me seca la boca. Mis manos buscan algo con que defenderme. Observo como ahora lanzan sus cuerpos contra la barrera. Más fuerte, más rápido, no puedo dejar de mirarlos. De pronto escucho el sonido del vidrio quebrándose y automáticamente aguanto la respiración.

Ellos también lo escucharon. Se detuvieron. Me miran. Sonríen. Y su boca está llena de maldad. Veo su cuerpo tensarse antes de lanzarse, por última vez, contra mi única defensa. Mis manos encontraron en ese momento el único objeto duro cerca de mi, el control remoto. En un movimiento automático, desesperado, aprieto el botón de apagado y la pantalla se oscurece. Noto que ahora hay más luz que antes. En el suelo no hay ningún hueco. Sudada como si corriera al medio día, temblorosa, me levanto del sillón. No me atrevo a encender el televisor. Me digo que fue solo una alucinación. Doy varios pasos y observo la pantalla del televisor. Leve, casi imperceptible, veo una grieta.

--

--

Jesse Avilés

De vez en cuando escribo historias cortas. Las historias bailan entre dos lenguas e imágenes capturadas por una cajita.