Cuento corto 52 — Guayacán

Jesse Avilés
6 min readOct 13, 2023
Una avispa observa desde la entrada de un panal.

“Oye Javi, gracias por venir.” Guillo miraba a Javi de reojo. Esta vez estaba seguro. La caminata al guayacán no tuvo ningún contratiempo. Cada uno llevaba su botella de agua y se detuvieron en ocasiones a sacar alguna foto. Habían salido temprano. Guillo recogió a Javi en la estación del tren y luego pasaron por una panadería por algo de desayuno. Guillo se veía repitiendo estas escenas en muchas ocasiones futuras.

“Buena caminata mañanera. Mejor hacerlo ahora antes que caliente mucho el día.”

“Y se pondrá mejor. Ya verás,” rio Guillo.

Tomándolo de la mano, Guillo se separó del camino.

“¿A dónde vamos?” Preguntó Javi observando el camino que dejaban atrás. “No tengo ganas de perderme en estos montes.”

“No te preocupes. Es un sitio especial que descubrí hace años.”

*-*

Guillo tenía 15 años cuando experimentó desprecio profundo por primera vez. Sus gustos eran diferentes a los de los muchachos. Bueno, no todos sus gustos eran diferentes. Al igual que ellos le gustaba el baloncesto, el de la televisión y el que jugaban en el barrio. Conocía los nombres de las estrellas de la NBA y podía recitar varias estadísticas de sus jugadores favoritos. El día después de un juego empezaba con una evaluación intensa del partido entre sus amigos. Varios videojuegos y animé les llenaban el tiempo que sobraba.

Uno de esos con los que pasaba el tiempo era Roberto Carlos. Tenía pelo oscuro como brea recién tirada y unas facciones que recordaban a los taínos que vivieron hace tantos años atrás en estas tierras. Cuando prendía la consola lo primero que miraba era la lista de gente en línea. Ver que Roberto estaba conectado le hacía dar un pequeño tucutú y enseguida se conectaba con él. Se reían, gritaban y hablaban. Guillo atesoraba esos momentos y al dormir solo pensaba en ellos para continuarlos en sueños.

Una de esas noches Guillo decidió que al día siguiente hablaría con Roberto. Cierto es que nunca le había dicho a nadie sobre sus gustos, pero en estos días eso no importaba. ¡La pasaban tan bien! Sin duda eso significaba que Roberto debía sentirse de la misma forma. Decidió decirle directamente y trató de dormir.

Al día siguiente Guillo llegó a la escuela lleno de nervios. Pasó la mañana pensando exactamente que decir. Al mediodía fue donde Roberto y hablándole le apartó de los demás.

“Oye Roberto, tengo algo serio que decirte.” Roberto lo miró mientras escuchaba atento notando el nerviosismo de Guillo.

“Bueno… ja, es que…” balbuceo Guillo. Tomo un respiro y soltó de golpe. “Tú me gustas.”

“¿Cómo?” respondió Roberto.

“Que me gustas. Que tú me gustas.” Repitió Guillo mientras sentía que le sudaban hasta las pestañas.

Con un poco de tristeza en los ojos Roberto respondió. “Guillo, mano, tú eres mi amigo. Me halaga que pienses en mí de esa manera. Sin embargo, a mí no me gustan los hombres. No puedo corresponderte de esa forma.”

“Pero, pero…” balbuceo Guillo mientras daba un paso atrás viendo que el cielo perdía su color. “Roberto, ¿cómo? No entiendo. Nosotros pasamos tanto tiempo juntos, la pasamos tan bien.”

“Cierto y eso me encanta. Nos entendemos muy bien y tu eres uno de mis mejores amigos. Quiero que eso continúe, pero nada de lo otro.”

Guillo se giró y se fue corriendo. Todo a su alrededor perdía su color. Su mundo se convirtió en una paleta de grises. No se dio cuenta que se adentró en un bosque cercano, caminando aturdido por varias horas. Su sudor se mezcló con sus lágrimas y sus lágrimas se mezclaron con el suelo. Su dolor se convirtió en rabia y su rabia tomo forma para morderle en todo su cuerpo.

“¿Por qué me despreció? ¿No ve que es mi mejor amigo? ¿Qué hacemos ahora? Es que no se da cuenta de lo que pudimos tener.” Guillo se detuvo frente al borde de un pequeño acantilado, no más de veinte pies de alto. Un guayacán crecía en la base y se elevaba por encima del acantilado. Las ramas parecían acercársele como alguna bestia torcida. Las agarró para romperlas como Roberto lo había roto. En su furia cayó por el acantilado. Adolorido continuó su ataque contra el tronco del árbol mientras derramaba su sangre sobre las raíces. Gritaba su dolor y mascullaba semillas de odio. Mientras, el guayacán dejo caer hojas como llovizna que susurraba secretos oscuros.

*-*

Javi lo seguía mientras comentaba sobre lo que veía en el camino. Guillo conocía muy bien este bosque. Lo visitaba con frecuencia. El bosque le ayudaba a enterrar sus errores y comenzar de nuevo. No sabría cómo sería su vida de no haberlo encontrado. Este bosque conocía sus secretos más profundos y sus mayores anhelos. Si pudiera convertirlo en persona pasaría el resto de su vida con él.

Había conocido a Javi varios meses atrás. Javi se le acercó en una librería y le preguntó por el libro que tenía en la mano. Por suerte hoy día todas las librerías tienen un café y Guillo aprovechó para continuar la conversación. Desde entonces pasaban bastante tiempo juntos. Javi también tuvo la audacia de dar el primer beso. El error que cometió con Roberto nunca lo había repetido.

“¿Qué tal si vemos una película esta noche y mañana preparamos algo de desayuno?” preguntó Guillo.

“Me imagino que tenemos que decidir que haremos entre la película y el desayuno.” A Guillo le encantó escuchar la picardía en esa respuesta.

“Algo encontraremos,” rio Guillo. “Estos meses han sido excelentes.”

“Cierto. Fue bueno que me invitaras un café para hablar de un libro que ni me interesaba.”

“¿Cómo? Yo no sabía eso.”

“Bueno, era más fácil preguntarte por el libro que interrumpirte para decirte que te veías hermoso.”

“Óyeme, me pudiste decir que era hermoso y te hubiera invitado el café sin necesidad de hablar del libro. Realmente lo puedes hacer ahora.”

“¡Ja, ja! Eres hermoso. Y humilde también.”

Definitivamente esto era lo que Guillo anhelaba. Esta vez había escogido bien. Los errores anteriores le habían enseñado. Había aprendido a sentirse bien consigo mismo, a demostrar confianza. A decir lo correcto para mantener ese interés inicial. De vez en cuando la vida surgía y rompía la fantasía del romance. Entonces Guillo tenía que cortarlo todo. Ahora sin embargo las cosas eran diferentes.

“Aquí es. Este es el final del camino.” Guillo se volteó a ver a Javi mientras agarraba una rama del guayacán. Javi lo miró un poco confundido. “Este guayacán me ha servido de refugio por muchos años. No será ceiba o secuoya, pero es impresionante por si mismo. Mira donde crece. No todos los árboles sobreviven en estas condiciones.”

Javi asintió con la cabeza. “Impresionante cuando lo dices de esa forma.” Javi se acercó al borde a mirar la base del guayacán. “Espero que esté bien. Las hojas se ven como si tuvieran queresa y el tronco se ve moteado.” Guillo se extrañó. El no veía lo que Javi mencionaba. “Ven, bajemos para que lo veas mejor.”

Una vez bajaron Guillo pensó que era el momento de preguntar. “Oye Javi, ¿qué tal si te quedas más allá de esta noche?”

“¿A qué te refieres?”

“Bueno, nos va tan bien, ¿por qué no te mudas conmigo?”

Javi se giró a ver a Guillo. “Nos va excelente,” sonrió Javi, “sin embargo no creo que estemos a ese nivel.”

“Pero,” interrumpió Guillo.

“Escucha, creo que podemos llegar a ese punto, pero nos falta más por conocernos. Sigamos un poco más y cuando esté listo te digo.”

“No. No, este es el momento. Javi, mi Javi ¿por qué haces esto?” gimió Guillo. A su alrededor, todo perdía su color. Ese dolor que sitió por primera vez hace tantos años atrás se le sentó en el pecho llevándolo al suelo. Todos los rechazos anteriores aparecieron también a golpearle mientras estaba caído.

Javi no entendía lo que estaba pasando. Vio a Guillo caer al piso y gritar de dolor. Quiso acercarse, pero su pie se atascó en una raíz. Se sorprendió al ver que Guillo levantó su cara para mirarlo y solo vio odio en ella. Guillo extendió su mano para tocar una raíz. Hundió sus dedos en ella y Javi sintió como si la raíz mordiera su tobillo. Miró y vio sangre brotar. Entró en pánico y trató de sacar el pie causando solo más daño.

Guillo se puso de pie. Javi escuchó crujir a sus espaldas. Al voltearse vio que el guayacán tenía el tronco hendido y derramaba salvia. Las ramas se extendieron abrazándolo, arrastrándolo hasta la hendidura.

https://youtu.be/Xsv_Wn_xPTw

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Jesse Avilés

De vez en cuando escribo historias cortas. Las historias bailan entre dos lenguas e imágenes capturadas por una cajita.